METABOLISMO EMOCIONAL

Vas conduciendo por la autopista, algo sucede con tu coche y no responde como esperas. Por un momento piensas que no tienes el control y puedes tener un accidente. Es una situación peligrosa. Tal vez choques con otro coche. Una sensación de pánico asciende por tu espalda, aprietas con las manos el volante hasta que los nudillos se quedan blancos, vuelves a pisar el freno, consigues reducir la velocidad y tratas de salir al arcén. Notas el sudor frio, la musculatura tensa, la boca seca y los latidos de tu corazón. Por fin logras detener tu vehículo. Te has asustado mucho. Ahora estás a salvo. Afortunadamente no ha pasado nada. Sales fuera de tu vehículo y aun te tiemblan las piernas. Te preguntas qué ha pasado. No comprendes nada. Respiras hondo. No sabes si reír o llorar. Te has podido matar. Afortunadamente ahora estas bien. Notas la camisa empapada de sudor.

Estás en otra de esas discusiones de pareja que sabes que terminarán mal. No quieres discutir. No te gusta. Pero siempre terminas de la misma forma. Notas como el tono de la voz va subiendo, la tensión en tus palabras. Te escuchas decir cosas de las que sabes te arrepentirás más tarde. Hace tiempo la pelea tiene voluntad propia y tú te limitas como un títere a representar tu papel como otras veces. Piensas que terminareis mal. Sientes rabia. También decepción y tristeza. Deseas hacer daño. Y sientes la culpa por hacer daño. Otra vez piensas que es el final de la relación, que así no vale la pena. Te levantas, coges las llaves, das un portazo y sales de casa. No esperas el ascensor, bajas por la escalera. Sientes ansiedad, frustración, furia y cansancio. También sientes la tensión y la agitación en tu cuerpo. Quieres caminar para no pensar. Perderte por las calles para no hacerlo en tus pensamientos.

Te llamó su mujer ayer mientras estabas en la oficina. Cuando pronunció las palabras “… se muere”, algo se rompió dentro de ti. Sabías que tenía cáncer, pero no pensabas que estaba tan avanzado. Tampoco querías pensar mucho en ello. Os habías visto hace unos días. Apenas puedes pensar, mientras escuchas las palabras entrecortadas de ella por el llanto contenido. No sabes que decir. No puedes decir nada. Te has quedado helado, con un nudo en el estómago. Te sorprende el sonido de tu propio llanto. Piensas es terrible. Piensas en sus hijos, en los momentos que habéis compartido juntos y en tu propia muerte. Ella te llama por si quieres despedirte de él. La última despedida. No saben lo que le queda de vida y está lúcido y consciente a pensar de la morfina. Te sientas en el suelo. Dices algo sin sentido. Cuelgas. Sigues llorando. Sientes rabia, tristeza, miedo y ese vacío insoportable en la boca del estomago.

Son tres impactos emocionales fuertes. Lo que llamamos emociones son reacciones bioquímicas que produce nuestro cuerpo ante determinados estímulos: el riesgo de un accidente, una discusión fuerte o una noticia de muerte. Nuestro cerebro interpreta los hechos en función de nuestras experiencias pasadas, las creencias, las expectativas, los valores y las prioridades. Es importante entender que no es el hecho en sí, sino la interpretación consciente o inconsciente que hacemos del hecho, lo que pone en marcha todo ese conjunto de reacciones automáticas sobre las que ya no tenemos control.

Y una vez que por el torrente sanguíneo ya circula la propia bioquímica del terror, la angustia, la ira, la decepción, la tristeza o el abandono, necesitamos un tiempo para poder regularnos y recuperar cierta normalidad.

Durante unos minutos la biología secuestra nuestro psiquismo y aunque tal vez seamos conscientes de lo que está sucediendo, mientras dure la borrachera emocional el cuerpo tendrá voluntad propia y nosotros todavía estaremos fuera de control emocional. Solo cabe esperar que la reacción bioquímica pase, dejar que nuestro propio cuerpo termine de metabolizar las sustancias químicas que han desatado el torrente de reacciones biológicas.

Durante esos momentos es muy importante dejar de “cebar la bomba” con el mismo tipo de pensamientos que activaron la alarma ya que el resultado será como tratar de “apagar el fuego con gasolina”. También es conveniente no tomar decisiones arrebatadas y evitar las conductas descontroladas e impulsivas de las que sin duda más tarde nos arrepentiremos.

Es preferible salir de entorno de la crisis y hacer cualquier otra cosa que nos ayude a recuperar la calma. A veces servirá caminar y salir de casa, otras veces buscaremos estar solos, y en otras ocasiones necesitaremos un abrazo sincero. Pero pasaran entre 10 y 30 minutos dependiendo de los casos antes de que nuestro cuerpo haya conseguido neutralizar la propia bioquímica emocional. Este sistema de regulación se puede entrenar y mejorar, evitando que las emociones nos lleguen a desbordar, nos hagan perder los límites y nos lleven a realizar conductas que terminaremos lamentando.

Frase: “Antes de actuar, piensa. Antes de reaccionar, comprende.” · Ernest Hemingway

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