
07 Mar Libertad de expresión
El artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948, dice que “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”
A lo largo de la historia se han dado innumerables intentos de impedir que ciertas personas comuniquen su punto de vista a través de la censura, prisión, leyes restrictivas, amenazas de violencia, bloqueo, o incluso ejecución. Hoy en día, en distintas partes del mundo, se siguen dando intentos de sofocar ideas y mensajes contrarios a las mayoritarias o las ortodoxas.
El compromiso con la libertad de expresión implica proteger el derecho que tenemos las personas de expresar nuestro punto de vista acerca de algo. Implica, incluso, defender la libertad de expresar tanto opiniones con las que estamos de acuerdo como aquellas con las que no lo estamos, e incluso aquellas que preferiríamos no escuchar. Este principio forma parte de los valores democráticos, es un derecho humano básico, y la protección de la libertad de expresión se considera una de las características fundamentales de una sociedad civilizada y tolerante.
Quienes defienden la libertad de expresión casi siempre reconocen la necesidad de imponer ciertos límites a la libertad por la que abogan. Dicho de otro modo, la libertad absoluta permitiría la libertad para calumniar, la libertad para hacer propaganda falsa, para mentir con la finalidad del beneficio propio, para divulgar aspectos privados de otras personas, o para poner en peligro vidas al revelar secretos de Estado. El tipo de libertad de expresión por la que se lucha es la libertad para expresar nuestros puntos de vista en momentos y lugares adecuados, y de una manera apropiada y responsable. Es decir, se trata de una libertad acotada, con límites.
Por ejemplo, el filosofo John Stuart Mill situaba el límite de la libertad de expresión en la incitación a la violencia contra otras personas. Un tipo de expresiones que se sitúan al borde de este este límite son las expresiones de odio. Las expresiones de odio son aquellas expresiones que buscan causar ofensa extrema y vilificar a cierto grupo de personas. Ese tipo de expresiones son tan insultantes que constituyen un tipo de daño, y rozan la incitación directa a la violencia hacia individuos o colectivos. Muchas personas, por lo tanto, consideran que no deberían permitirse.
Por otro lado, hay quien considera que las expresiones de odio son una consecuencia desafortunada de la defensa de la libertad de expresión. Consideran que censurar las expresiones de odio podría ser contraproducente, al llevar a la expresión de frustraciones a través de canales incluso peores. Además, la censura de ciertos tipos de expresión facilita la censura de otros tipos de expresión. Desde este punto de vista, se argumenta que la mejor manera de combatir las expresiones de odio es el uso de las contra-expresiones, que el mejor remedio contra las expresiones ofensivas y las expresiones de odio son las expresiones de tolerancia y de diálogo.
Lo que sí es innegable es que la libertad de pensamiento y expresión son derechos inalienables de todo ser humano. Para preservar estos derechos debemos ejercerlos en cualquier momento que nos sea posible, especialmente quienes tenemos el privilegio de vivir en sociedades que disponen de leyes que amparan nuestro derecho a la libertad de pensamiento y expresión. Una manera muy sencilla, pero también muy eficaz, de salvaguardar nuestro derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, es su ejercicio: expresar con libertad, pero con responsabilidad, nuestros puntos de vista personales, nuestra manera única y especial de ver y de apreciar el mundo. En ese sentido, la libertad de pensamiento y expresión no son solo nuestros derechos: son también nuestras responsabilidades.
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«Detesto lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo»
Atribuido a Voltaire
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