POSTERGACIÓN Y AUTOESTIMA

“Dejarlo para mañana”, “empezar un poco más tarde” o “hacerlo en otro momento con más tranquilidad”, son frases y decisiones que abren la puerta de la postergación, la procrastinación, el aplazamiento, la distracción, el fracaso, la culpa y muchas adicciones.

Cada postergación resta en tu autoestima, por una doble razón primero porque el mensaje de fondo que te das es “yo no puedo ahora”, cuando sí puedes. Y segundo, porque cuando postergas y no lo haces en ese momento, ni mañana, ni pasado mañana, y solo cuando la urgencia o lo inevitable afloran te pones en marcha, el riesgo de error se dispara y la actividad, sea la que sea, se convierte en algo muy desagradable.

Obviamente, solo aplazas lo postergable, lo urgente no se puede postergar. Pero tal vez ahí reside una trampa, porque muchas veces lo no urgente es precisamente lo más importante, y termina convirtiéndose en urgente justamente por haber sido postergado. Y de esta forma, pasas a la acción pagando una cuota muy alta de estrés e insatisfacción y con los resultados chapuceros que conllevan las prisas de la urgencia. Porque donde no pusiste voluntad, disciplina y planificación, ahora tienes que poner velocidad, urgencia y apresuramiento.

Procrastinación y postergación son sinónimos. Y son siempre un indicador de baja autoestima porque denuncian inseguridad y desconfianza personal. A veces guardan relación el perfeccionismo y el miedo al fracaso, pueden acompañar al TDAH y con mucha frecuencia aparecen en la depresión y con ella crecen y se consolidan. La procrastinación se convierte en un trastorno de comportamiento cuando pasa a ser un hábito de conducta, y retrasar actividades sustituyéndolas por otras irrelevantes o más agradables es algo habitual.

La postergación se nutre de la satisfacción inmediata, del placer fácil, la tendencia al abandono y la dejadez, de la ley del mínimo esfuerzo y el temor al fracaso y al conflicto. Y es el caldo de cultivo de muchas de las adicciones del siglo XX1, como comer con ansiedad y desordenadamente, el sexo compulsivo, las compras impulsivas, prolongar la jornada de trabajo más allá de lo necesario, estar horas haciendo solitarios, leyendo información irrelevante, utilizando el deporte como un escape, pasar horas delante de la TV o perdido en internet. Todos estos distractores adictivos son caramelos venenosos y los cómplices empalagosos de la postergación. Con ellos miras a otro lado en lugar de hacer frente a lo que es verdaderamente importante. Y así el malestar, la culpa, la dejadez y el deterioro se hacen progresivos y cada vez más invalidantes.

Afortunadamente existen estrategias para hacer frente a la postergación, pero ninguna va a funcionar si no tienes la determinación de llegar hasta el final.

La primera recomendación es ser consciente de aquellos pensamientos que te llevan a dejar la tarea para después. Identificar el seductor diálogo interior y prepararte, como hizo Ulises para resistir el canto de las sirenas, es la clave. Ulises pidió a sus hombres que le ataran al palo mayor mientras su tripulación, con tapones en los oídos, siguió remando haciendo caso omiso a las protestas de Ulises hasta que el peligro pasó. Tu tendrás que hacer lo mismo, atarte a tu voluntad y hacer “lo que tienes que hacer”, a la vez que ignoras y no escuchas la seductora voz de tu deseo que te ofrece los placeres fáciles y adictivos de tus distracciones. En esto tienes que ser inflexible.

Utiliza un lenguaje motivador y estimulante que te anime a hacer “tus deberes”. Háblate de lo bien que te vas a sentir cuando hayas terminado, de que va a ser mucho más fácil de lo que crees ahora, de que al final siempre lo haces…

“Divide y vencerás”, porque si lo que tienes que hacer te parece inabarcable o demasiado grande y solo pensar en ello te desanima, lo mejor es subdividir la actividad en pequeñas tareas. Eso te resultará mucho más fácil de hacer y cada logro que consigas te resultará estimulante.

Es esencial evitar las distracciones, por eso pon el móvil en silencio y lejos, la TV apagada, nada de contestar emails y no te levantes de la mesa o de donde estés hasta que no hayas terminado.

Valora las razones por las que lo que tienes que hacer es importante. Cuando entiendes los porqué los cómo suelen ser más sencillos.

Empieza por lo que sea, pero empieza. Comienza con una tarea sencilla, que no te cueste, da igual la que sea, pero que te “caliente los motores” de la acción. Y una vez caliente y en marcha, coge el toro por los cuernos y pasa a lo más difícil, aquello que más te cuesta o más resistencias te plantea. Porque cuanto antes lo abordes más fácil será.

Planifica y prioriza. Acostúmbrate a listar tus actividades del día y a marcar un orden de ejecución y una prioridad. Y se inflexible con tu compromiso.

La regla de oro es “si te da pereza o miedo… hazlo!” porque la pereza y el miedo marcan la dirección de tu crecimiento personal. Cada vez que vences tus resistencias, tu seguridad y confianza personal se expanden y tu autoestima aumenta.

Y por último, ponle amor. El amor es la energía que todo lo puede, el amor nutre tu voluntad, te da fuerza y poder para ir hasta el final y te asegura el éxito en los resultados.

Ahora… ponte en marcha!

FRASE: “Mejor ahora que después”. Juana de Arco

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