EL PENSAMIENTO ES LA RAZÓN

Nada es porque sí. Todo tiene una razón por remota o absurda que parezca. Todo tiene una explicación, aunque en ese momento no sepamos cual es. Todo lo que te sucede es el efecto de algo que lo causa.

Tus emociones, el tipo de vida que haces, tus finanzas, tus relaciones o tu salud, tienen una razón que explica el punto exacto en el que te encuentras. Te sientes bien o mal, tienes poco o mucho dinero, estás solo o rodeado de amigos o tienes buena o mala salud, por algo. Y que seas consciente de ese algo es fundamental. A veces la razón es inmediata y obvia, la reconoces fácilmente, te resulta clara y tu reacción es inmediata. Otras veces está lejana en el tiempo, tal vez olvidada hace mucho, quizás incluso en la infancia, pero aun sigue activa y produciendo efectos y consecuencias sobre tu momento presente.

Hace años los psicoanalistas advirtieron que había que llegar al núcleo profundo del conflicto. Aseguraban que si solo se trataban los síntomas y no se encontraba la causa, la razón que alimentaba el malestar, reaparecería expresándose de otra forma. Y tenían razón.

Por eso es tan fácil que pasemos por alto u olvidemos lo más evidente, que vivimos en una realidad pensada, imaginaria e interpretada. Creemos que lo que nos sucede es real, pero en buena medida se alimenta de nuestros pensamientos. Lo que llamamos nuestra vida es más el resultado de nuestras creencias, que la consecuencia directa de aquello que nos sucede. La razón de nuestras reacciones no lo determina simplemente aquello qué nos sucede, sino lo que pensamos y creemos sobre lo qué nos sucede. Las cosas nos gustan o no nos gustan, no por lo que son, sino en función de cómo las interpretamos. Sufrimos inútilmente o crecemos en la adversidad más por como es nuestro diálogo interno que por la experiencia que soportamos en ese momento.

Lo que se siente cuando vivimos una aventura amorosa, nos enfrentamos a un desafío personal, viajamos al lugar de nuestros sueños o practicamos un deporte de riesgo, tiene muchas semejanzas con los cuadros de ansiedad. Estamos nerviosos, agitados, preocupados y a la expectativa. El ritmo cardiaco se acelera, sudamos y nos sentimos tensos y vigilantes. Somos nosotros quienes damos un significado u otro a los mismos síntomas.

Tal vez el ejemplo más sencillo y cotidiano del poder del pensamiento lo constituyen nuestros sueños. Cuando tenemos una pesadilla, lo cierto es que estamos en nuestra cama, seguros en nuestra casa y a salvo. Pero sudamos, el corazón nos late con fuerza, nos movemos agitados y puede que despertemos gritando. Todas esas reacciones las causan nuestros pensamientos, soñar es otra forma de pensar.

El poder del pensamiento no termina al despertar. Durante la vigilia sigue teniendo una gran fuerza, nos hace ser temerosos o valientes. Nos invita a quedarnos quietos o pasar a la acción. Nos lleva a crecer como personas o a convertirnos en sujetos miserables.

Conocer tus pensamientos es conocerte a ti. Aprender a controlar tu mente es tener control emocional. Escucha tu diálogo interior. Conviértete en tu amigo invisible. Ponte a tu lado y quiérete.

Ser el dueño de tus pensamientos te hace libre.

“Pueden porque creen que pueden”

Virgilio

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