¿CUÁNTO ES DEMASIADO?

Vivimos en la época de superar límites. Los propios, los ajenos, los imbatibles y los impensables. Está de moda ponerse retos, atreverse a lo nunca pensado, ir más allá de uno mismo, de las propias creencias, de los propios comportamientos, más allá de nuestros sentimientos y emociones. Se fomenta vivir a tope, experimentarlo todo, sobrepasar las áreas de nuestra comodidad y comprobar hasta dónde podemos llegar.

Hay un límite, sin embargo, que es infranqueable, más allá del cual todo se vuelve “demasiado”: demasiado oscuro, demasiado difícil, demasiado doloroso. Ese límite es el que N. Branden definió hace ya varias décadas como “el respeto a sí mismo”, la singular consciencia de la propia dignidad, la sabiduría interna de sentirse merecedor de lo bueno: la autoestima.

No hay límite para nuestra capacidad de hacer, de aprender, de progresar. Sí lo hay para nuestra capacidad de darnos. Podemos entregarnos en cuerpo y alma a un proyecto profesional, a una relación amorosa o al cuidado de nuestros hijos, pero hay algo que no podemos entregar. No podemos ceder a nadie la responsabilidad sobre nuestro propio bienestar. Nadie puede hacernos felices, nada puede darnos la felicidad, excepto que la encontremos nosotros mismos. 

Sobrepasar esa barrera significa caer en alguna de las trampas de los “demasiados”: trabajar demasiado, esforzarse demasiado, amar demasiado. Cuando empezamos a sentirnos víctimas de las exigencias de los demás, cuando dejamos de valorar nuestros logros o deseos para satisfacer y celebrar los de los otros, cuando dejamos de pensar en lo que necesitamos y nos esforzamos en asegurarnos de que las necesidades ajenas estén totalmente satisfechas, estamos perforando la delicada membrana que protege nuestro tesoro más valioso: el amor de sí mismo.

La sensación del “demasiado” es muy nítida; no se trata de una cantidad fija, sino que depende de cada persona. Se llega a ella cuando se roza el límite de nuestra capacidad de dar. Sentimos que entregamos más de lo que podemos, más de lo que recibimos, y el saldo, negativo, marca el inicio de nuestro deterioro personal.

Deterioro porque dejamos de disfrutar al hacer nuestro trabajo, al estar con nuestra pareja o al atender a nuestros hijos. Sentimos desdén por todo lo que esté fuera de aquello que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo. A veces nos culpabilizamos por no poder cumplir con todos los requerimientos que se nos hacen desde alguna de esas áreas. Llegamos a victimizarnos, a vernos dominados y superados por los deseos de otros (el jefe, los hijos, la pareja). Descargamos en personas ajenas los sentimientos de fracaso, de inutilidad o de tristeza, y les achacamos a ellos nuestro malestar. Ese es, precisamente, el límite que nunca debimos cruzar: hacerles responsables de nuestro dolor implica que nos hemos desentendido de nuestra felicidad.

Volver atrás significa iniciar un camino de vuelta hacia ti mismo. Se trata de convertir tu bienestar en la prioridad de tu vida. Significa vivir la vida propia, y dejar de vivir las ajenas, resolver tus propios problemas y no anticiparte a los de los demás. Ocuparte de conseguir por ti mismo lo que necesitas para ser feliz, sin esperar que las cosas cambien en tu trabajo, sin pretender hacer cambiar a tu pareja, sin suponer que tus hijos al final “vendrán a la tuya”. Necesitarás aprender a tolerar la ira y la desaprobación de los demás. Tienen derecho a sentirse mal. Tú tienes derecho a sentirte bien.

Atreverte a deshacer los pasos andados, permitir que tu vida sea lo más importante para ti, comprometerte con tu propio bienestar, ese sí es un reto que mereces superar.

FRASE: «Al nivel más fundamental, yo estoy a mi favor» (N. Branden)

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